lunes, 27 de abril de 2015

TRATANDO CON NUESTROS ENEMIGOS

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.   Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;  y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.   Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Mateo 5:38-42.


La denominada ley del talión (del latín talis = idéntico o igual) por la cual el hombre sufría idéntico dolor del que había causado, lejos de ser una barbarie, fue más bien un enorme adelanto en las normas jurídicas de su época, ya que era la costumbre en aquel tiempo que cualquier falta civil se pagaba con la vida.   No obstante, la norma de   Ojo por ojo, diente por diente y herida por herida, nunca produjo arrepentimiento en los homicidas ni disminuyó la incidencia de este pecado en el pueblo, porque el problema del hombre no está en la legislación que aplican sus gobernantes sino en el corazón.   Hay algunas naciones en el mundo que aplican la pena de muerte a sus reos por determinadas causas, pero no han podido erradicar la brutalidad, el abuso y la crueldad; la gente sigue matando, robando y violando aunque eso les cueste su propia vida.   La ley del talión no fue suficiente, así que Jesús nos muestra su norma para poder vencer: no resistáis al que es malo.  

Tengo la experiencia de haber salido bien librado en muchas situaciones difíciles que se han presentado durante las cruzadas evangelísticas que el Señor me ha permitido realizar al interior de las prisiones de mi país durante más de veinte años; en todas ellas hemos tenido cuidado de aplicar este principio: No resistáis al que es malo.

En julio de 2005, cuando fui a realizar una cruzada evangelística organizada por algunas de las congregaciones cristianas de la Penitenciaría del Litoral del Ecuador, me encontré con un paro carcelario que se ganó la fama de haber sido el más violento del país (el día anterior había sido acribillado a balazos el director de penitenciaría en su propio domicilio, hecho presumiblemente ordenado desde el interior de esa cárcel); la élite de la policía nacional vigilaba solamente los exteriores porque los cinco mil internos se habían amotinado y tomado el interior del penal.  Contra todo lo que podía pronosticarse, en medio de un hermetismo casi absoluto, la policía impidió el ingreso de mi equipo de alabanza y los jóvenes del grupo de drama, pero me permitió entrar a mí, pues adentro estaba ya reunidos más de trecientos hermanos esperando la predicación de la Palabra de Dios. Mientras atravesaba la aglomeración de internos que ocupaban el primer patio, en un ambiente frenético, lleno de gritos y consignas, sin un solo guía, policía o agente del orden que los disuada de cualquier cosa que quisieran hacer en contra mía, me parecía entrar en un mundo surrealista donde el humo espeso de la marihuana y la base de coca eran el perfecto ambiente para ser secuestrado o tomado por rehén, pues a estas alturas del paro ellos ya tenían algunos rehenes civiles en su poder.  Entré orando, muy asustado y saludando a todos inclinando la cabeza; mientras avanzaba paso a paso, ellos iban abriéndome camino y devolviéndome el saludo: — Bienvenido varón de Dios — , me decían. 

Prediqué aquel primer día con mucho respaldo del Dios poderoso a quien sirvo, el segundo entré con un compañero pastor y al terminar mi mensaje se me acercó un interno con aspecto desesperado y me pidió que ore por su hija que estaba enferma en uno de los pabellones aledaños; en ese momento me acordé cuando un hombre le pidió a Jesús lo mismo y él le dijo: Yo iré; así que también yo fui y mientras iba comencé a razonar: este es un paro carcelario, aquí hay solo presos, y ¡solamente hombres… no hay mujeres y menos niñas! Ore por mi niña… había dicho el reo.  Casi entro en pánico, pensé en salir corriendo, pero ¿A dónde?, también pensé gritar, pero ¿A quién? traté de regresarme pero ya era tarde.  Salimos del patio y estando en uno de los enormes corredores que dividen los patios  me interceptó un grupo de al menos diez reos armados.  Uno de ellos, el más alto y fornido,  se acercó a mí, lleno de joyas en las manos, muñecas y cuello, con un aire inconfundible de autoridad y maldad; entonces comprendí que estaba hablando con uno de los jefes de la mafia local.   Con enfado me dijo: ¿Por qué viniste a predicar solo en el patio de ellos y no en el mío?  Yo le dije: porque no me has invitado al tuyo…  si me invitas, mañana voy a tu patio y predico .  Al decir eso sentí el apoyo inconfundible del Espíritu Santo de Dios, recibí fuerza, me sentí gozoso y decidí no resistir y mostrar la otra mejilla si me hieren la una… de todas formas no tenía otra alternativa.   Súbitamente el semblante del hombre cambió  me dijo que le siga y toda la comitiva de él se puso al costado y detrás de mí; ¿Me estaban custodiando hacia algún lugar o me estaban secuestrando? Sin respuesta.   Caminé tras de ellos y mientras lo hacía vi al enorme hombre levantarse la camisa y sacar detrás de su pantalón una pistola y se  la entregó a sus guardaespaldas; el hermano coordinador de la cruzada, que para este momento ya se me había unido, seguramente viendo mi angustia se acercó a mi oído y me dijo: tranquilo pastor, él está entregando las armas a sus guardaespaldas porque quiere que usted ore por él y para eso debe estar limpio.   Cuando llegamos al segundo piso de su bloque al lugar señalado por mi anfitrión, en medio de un amplio corredor semi oscuro, el cayó de rodillas diciéndome: pastor ore por mí porque siento que voy a morir.   Él entregó su vida a Jesús y un minuto después se abrió la puerta de una celda y allí estaba una preciosa niña de cinco años con aspecto de convalecencia y al lado su madre esperando a que yo orara. Siete días después aquel reo fue trasladado a otra prisión y el siguiente mes lo asesinaron.   Esa fue la última oportunidad que él tuvo de recibir la salvación de Jesús y la recibió.

No resistáis al que es malo; esa es la única forma de lograr que el malo cambie.  Cuán poderosamente actúa el Espíritu Santo en nuestros adversarios si nosotros les mostramos la otra mejilla; esta es un arma que no solo destruye a mi enemigo sino que lo puede transformar en mi amigo; no resistamos al que es malo.  



Cada vez que resistimos al hombre malvado, nos sometemos a él y nos revelamos contra Dios, por lo cual ese hombre puede de alguna manera dañarnos; en cambio sí evitamos resistir, nos estamos sometiendo a Dios y Él va a tener a aquel hombre bajo control.   Si en los planes del Padre está que padezcamos de alguna forma, lo haremos, pero bajo su autoridad y no bajo la del maligno; fue por esta razón que nuestro Señor Jesús le dijo a Pilatos: ninguna autoridad tendrías sobre mi si no te fuera dado de arriba (Juan 19:11).   Jesús nunca se acobardó ante Pilatos, ni le resistió; no le rogó por su vida ni pidió clemencia, pues el Señor estaba sometido a la autoridad de su Padre y no bajo el capricho de Pilatos.

¿Significa esto que si alguien quiere matarme o violarme o matar a mi familia se lo voy a permitir? La verdad ¡no!  ¿Qué hizo Jesús cuando quisieron apedrearle o despeñarle?   Él sabía que aún no era su tiempo y no le dio gusto a esa multitud asesina; la biblia dice que pasó en medio de ellos o que se escondió de ellos (Juan 8:59. Lucas 4:29-31. Juan 10:31-39).   Entonces, no les resistió y tampoco dejó que le hieran porque esa hubiera sido la ocasión para que le maten,  Jesús simplemente huyó de ellos.

¿Cómo podemos saber cuándo aplicar lo uno o lo otro? ¿Cómo sé cuándo debo quedarme y mostrara la otra mejilla y cuando debo esconderme o huir? Eso no lo sabemos nosotros, ni usted ni yo, pero lo sabe Él, su eterno acompañante, el Espíritu Santo y él le guiará a lo uno o a lo otro.

Los tres ejemplos que cita el Señor, se refieren a la vida civil del pueblo de Israel, el cual estaba bajo el dominio de Roma: la herida en la mejilla, las requisiciones antojadizas y la obligación de llevar carga, era la experiencia diaria de un pueblo colonizado.   Los opresores practicaban estos abusos a diario y Jesús dice que la única manera de vencerlos es sometiéndonos.   Ellos eran la autoridad civil en aquellos días y los creyentes debían someterse a ella porque no hay autoridad sino de parte de Dios (Romanos 13:1).   Si esto era correcto en aquellos días de abuso y brutalidad, ¿Cuánto más en nuestros días con nuestros gobiernos democráticos?

¿Es este un llamado al servilismo? ¡No! Este es un llamado a la obediencia a Dios.   Si nosotros dejamos de resistir a los hombres malos, el Señor podrá extender su mano para hacernos justicia.   Si les resistimos, el maligno basado en nuestra desobediencia tendrá derecho de hacernos daño. Recordemos las siguientes promesas:

Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
Génesis 12:3.

Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.
Isaías 43:4.

Si alguno conspirare contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá.    He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para destruir.   Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.
Isaías 54:15-17.

Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os toca, toca a la niña de su ojo.
Zacarías 2:8.

Como última recomendación (y tal vez la más importante) déjenme decirles que en lugar de cuidarnos de los malos, debemos cuidarnos de hacer siempre la voluntad de Dios y estar en sus caminos porque la historia de nuestra desgracias y derrotas es la historia de nuestras desobediencias; si satanás nos encuentra en el lugar y en el momento equivocado, en caminos que Dios nunca nos mandó, experimentaremos pérdidas y derrotas.   Andemos en sus caminos y nos irá bien, no nos desviemos ni a derecha ni a izquierda y seremos librados.   Por experiencia sabemos que aun cuando nos equivocamos y a veces salimos de sus sendas el Señor es bueno y nos da tiempo para retornar al camino seguro, pero cuando insistimos en lo malo y perseveramos en rebelarnos a la final sufrimos el daño y podríamos hasta  perder la vida.  


Pero si estando en el camino de Yahweh somos perseguidos y asesinados, entendemos que esa ha sido su voluntad perfecta y la sufriremos con resignación y amor.   Acaso ¿Ese no ha sido el desenlace de miles de mártires del evangelio?  Jesús fue crucificado, Pablo decapitado en Roma,  Andrés murió en Grecia, crucificado en una cruz en forma de x, Tomás, luego de predicar en Siria fue a la India en donde fue martirizado hasta morir, Bartolomé desollado en Armenia.   Santiago fue pasado a filo de espada en Jerusalén,  Santiago el menor  lapidado en Jerusalén, Felipe fue martirizado y muerto en Hierápolis, Judas Tadeo  apaleado en Persia,  Juan estuvo desterrado en la isla de Patmos y murió en Éfeso.   Llenaríamos libros hablando de los mártires de la iglesia primitiva, de la edad media, de la inquisición, de la edad moderna y del tiempo actual, sin embargo permítanme citar las últimas palabras de la biografía de un sacerdote católico que cometió el delito de haber hablado la verdad de Jesús: "...al final John Huss fue condenado y quemado vivo como hereje. Murió cantando el 06 de junio de 1415".   

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