Oísteis que fue dicho: Ojo por
ojo, y diente por diente. Pero yo os
digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la
mejilla derecha, vuélvele también la otra;
y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la
capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él
dos. Al que te pida, dale; y al que
quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Mateo
5:38-42.
La
denominada ley del talión (del latín talis
= idéntico o igual) por la cual el hombre sufría idéntico dolor del que había
causado, lejos de ser una barbarie, fue más bien un enorme adelanto en las
normas jurídicas de su época, ya que era la costumbre en aquel tiempo que
cualquier falta civil se pagaba con la vida.
No obstante, la norma de Ojo por ojo, diente por diente y herida por
herida, nunca produjo arrepentimiento en los homicidas ni disminuyó la
incidencia de este pecado en el pueblo, porque el problema del hombre no está
en la legislación que aplican sus gobernantes sino en el corazón. Hay algunas naciones en el mundo que aplican
la pena de muerte a sus reos por determinadas causas, pero no han podido
erradicar la brutalidad, el abuso y la crueldad; la gente sigue matando,
robando y violando aunque eso les cueste su propia vida. La ley del talión no fue suficiente, así que
Jesús nos muestra su norma para poder vencer: no resistáis al que es malo.
Tengo
la experiencia de haber salido bien librado en muchas situaciones difíciles que
se han presentado durante las cruzadas evangelísticas que el Señor me ha
permitido realizar al interior de las prisiones de mi país durante más de
veinte años; en todas ellas hemos tenido cuidado de aplicar este principio: No resistáis al que es malo.
En
julio de 2005, cuando fui a realizar una cruzada evangelística organizada por algunas
de las congregaciones cristianas de la Penitenciaría del Litoral del Ecuador,
me encontré con un paro carcelario que se ganó la fama de haber sido el más
violento del país (el día anterior había sido acribillado a balazos el director
de penitenciaría en su propio domicilio, hecho presumiblemente ordenado desde
el interior de esa cárcel); la élite de la policía nacional vigilaba solamente
los exteriores porque los cinco mil internos se habían amotinado y tomado el
interior del penal. Contra todo lo que
podía pronosticarse, en medio de un hermetismo casi absoluto, la policía
impidió el ingreso de mi equipo de alabanza y los jóvenes del grupo de drama,
pero me permitió entrar a mí, pues adentro estaba ya reunidos más de trecientos
hermanos esperando la predicación de la Palabra de Dios. Mientras atravesaba la
aglomeración de internos que ocupaban el primer patio, en un ambiente
frenético, lleno de gritos y consignas, sin un solo guía, policía o agente del
orden que los disuada de cualquier cosa que quisieran hacer en contra mía, me
parecía entrar en un mundo surrealista donde el humo espeso de la marihuana y
la base de coca eran el perfecto ambiente para ser secuestrado o tomado por
rehén, pues a estas alturas del paro ellos ya tenían algunos rehenes civiles en
su poder. Entré orando, muy asustado y
saludando a todos inclinando la cabeza; mientras avanzaba paso a paso, ellos
iban abriéndome camino y devolviéndome el saludo: — Bienvenido varón de Dios — ,
me decían.
Prediqué
aquel primer día con mucho respaldo del Dios poderoso a quien sirvo, el segundo
entré con un compañero pastor y al terminar mi mensaje se me acercó un interno
con aspecto desesperado y me pidió que ore por su hija que estaba enferma en
uno de los pabellones aledaños; en ese momento me acordé cuando un hombre le
pidió a Jesús lo mismo y él le dijo: Yo iré; así que también yo fui y mientras
iba comencé a razonar: este es un paro carcelario, aquí hay solo presos, y
¡solamente hombres… no hay mujeres y menos niñas! — Ore por mi niña…— había
dicho el reo. Casi entro en pánico,
pensé en salir corriendo, pero ¿A dónde?, también pensé gritar, pero ¿A quién?
traté de regresarme pero ya era tarde.
Salimos del patio y estando en uno de los enormes corredores que dividen
los patios me interceptó un grupo de al
menos diez reos armados. Uno de ellos,
el más alto y fornido, se acercó a mí,
lleno de joyas en las manos, muñecas y cuello, con un aire inconfundible de
autoridad y maldad; entonces comprendí que estaba hablando con uno de los jefes
de la mafia local. Con enfado me dijo: — ¿Por qué viniste a predicar solo en el patio
de ellos y no en el mío? — Yo le dije: — porque
no me has invitado al tuyo… si me invitas,
mañana voy a tu patio y predico —. Al decir eso sentí el apoyo inconfundible del
Espíritu Santo de Dios, recibí fuerza, me sentí gozoso y decidí no resistir y
mostrar la otra mejilla si me hieren la una… de todas formas no tenía otra
alternativa. Súbitamente el semblante
del hombre cambió me dijo que le siga y
toda la comitiva de él se puso al costado y detrás de mí; ¿Me estaban
custodiando hacia algún lugar o me estaban secuestrando? Sin respuesta. Caminé tras de ellos y mientras lo hacía vi
al enorme hombre levantarse la camisa y sacar detrás de su pantalón una pistola
y se la entregó a sus guardaespaldas; el
hermano coordinador de la cruzada, que para este momento ya se me había unido,
seguramente viendo mi angustia se acercó a mi oído y me dijo: tranquilo pastor,
él está entregando las armas a sus guardaespaldas porque quiere que usted ore
por él y para eso debe estar limpio.
Cuando llegamos al segundo piso de su bloque al lugar señalado por mi
anfitrión, en medio de un amplio corredor semi oscuro, el cayó de rodillas
diciéndome: pastor ore por mí porque siento que voy a morir. Él entregó su vida a Jesús y un minuto
después se abrió la puerta de una celda y allí estaba una preciosa niña de
cinco años con aspecto de convalecencia y al lado su madre esperando a que yo
orara. Siete días después aquel reo fue trasladado a otra prisión y el
siguiente mes lo asesinaron. Esa fue la
última oportunidad que él tuvo de recibir la salvación de Jesús y la recibió.
No resistáis al que es malo; esa
es la única forma de lograr que el malo cambie.
Cuán poderosamente actúa el Espíritu Santo en nuestros adversarios si
nosotros les mostramos la otra mejilla; esta es un arma que no solo destruye a
mi enemigo sino que lo puede transformar en mi amigo; no resistamos al que es
malo.
Cada
vez que resistimos al hombre malvado, nos sometemos a él y nos revelamos contra
Dios, por lo cual ese hombre puede de alguna manera dañarnos; en cambio sí
evitamos resistir, nos estamos sometiendo a Dios y Él va a tener a aquel hombre
bajo control. Si en los planes del
Padre está que padezcamos de alguna forma, lo haremos, pero bajo su autoridad y
no bajo la del maligno; fue por esta razón que nuestro Señor Jesús le dijo a
Pilatos: ninguna autoridad tendrías sobre mi si no te fuera dado de arriba
(Juan 19:11). Jesús nunca se acobardó
ante Pilatos, ni le resistió; no le rogó por su vida ni pidió clemencia, pues
el Señor estaba sometido a la autoridad de su Padre y no bajo el capricho de
Pilatos.
¿Significa
esto que si alguien quiere matarme o violarme o matar a mi familia se lo voy a
permitir? La verdad ¡no! ¿Qué hizo Jesús
cuando quisieron apedrearle o despeñarle?
Él sabía que aún no era su tiempo y no le dio gusto a esa multitud
asesina; la biblia dice que pasó en medio de ellos o que se escondió de ellos
(Juan 8:59. Lucas 4:29-31. Juan 10:31-39).
Entonces, no les resistió y tampoco dejó que le hieran porque esa
hubiera sido la ocasión para que le maten,
Jesús simplemente huyó de ellos.
¿Cómo
podemos saber cuándo aplicar lo uno o lo otro? ¿Cómo sé cuándo debo quedarme y
mostrara la otra mejilla y cuando debo esconderme o huir? Eso no lo sabemos
nosotros, ni usted ni yo, pero lo sabe Él, su eterno acompañante, el Espíritu
Santo y él le guiará a lo uno o a lo otro.
Los
tres ejemplos que cita el Señor, se refieren a la vida civil del pueblo de
Israel, el cual estaba bajo el dominio de Roma: la herida en la mejilla, las
requisiciones antojadizas y la obligación de llevar carga, era la experiencia
diaria de un pueblo colonizado. Los
opresores practicaban estos abusos a diario y Jesús dice que la única manera de
vencerlos es sometiéndonos. Ellos eran
la autoridad civil en aquellos días y los creyentes debían someterse a ella
porque no hay autoridad sino de parte de Dios (Romanos 13:1). Si esto era correcto en aquellos días de
abuso y brutalidad, ¿Cuánto más en nuestros días con nuestros gobiernos
democráticos?
¿Es
este un llamado al servilismo? ¡No! Este es un llamado a la obediencia a Dios. Si nosotros dejamos de resistir a los
hombres malos, el Señor podrá extender su mano para hacernos justicia. Si les resistimos, el maligno basado en
nuestra desobediencia tendrá derecho de hacernos daño. Recordemos las
siguientes promesas:
Bendeciré a los que te
bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas
las familias de la tierra.
Génesis
12:3.
Porque a mis ojos fuiste de
gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y
naciones por tu vida.
Isaías
43:4.
Si alguno conspirare contra
ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá. He aquí que yo hice al herrero que sopla
las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado
al destruidor para destruir. Ninguna
arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante
contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su
salvación de mí vendrá, dijo Jehová.
Isaías
54:15-17.
Porque así ha dicho Jehová de
los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron;
porque el que os toca, toca a la niña de su ojo.
Zacarías
2:8.
Como
última recomendación (y tal vez la más importante) déjenme decirles que en
lugar de cuidarnos de los malos, debemos cuidarnos de hacer siempre la voluntad
de Dios y estar en sus caminos porque la historia de nuestra desgracias y
derrotas es la historia de nuestras desobediencias; si satanás nos encuentra en
el lugar y en el momento equivocado, en caminos que Dios nunca nos mandó,
experimentaremos pérdidas y derrotas.
Andemos en sus caminos y nos irá bien, no nos desviemos ni a derecha ni
a izquierda y seremos librados. Por
experiencia sabemos que aun cuando nos equivocamos y a veces salimos de sus
sendas el Señor es bueno y nos da tiempo para retornar al camino seguro, pero
cuando insistimos en lo malo y perseveramos en rebelarnos a la final sufrimos
el daño y podríamos hasta perder la
vida.
Pero
si estando en el camino de Yahweh somos perseguidos y asesinados, entendemos
que esa ha sido su voluntad perfecta y la sufriremos con resignación y
amor. Acaso ¿Ese no ha sido el
desenlace de miles de mártires del evangelio?
Jesús fue crucificado, Pablo decapitado en Roma, Andrés murió en Grecia, crucificado en una
cruz en forma de x, Tomás, luego de predicar en Siria fue a la India en donde
fue martirizado hasta morir, Bartolomé desollado en Armenia. Santiago fue pasado a filo de espada en
Jerusalén, Santiago el menor lapidado en Jerusalén, Felipe fue martirizado
y muerto en Hierápolis, Judas Tadeo
apaleado en Persia, Juan estuvo
desterrado en la isla de Patmos y murió en Éfeso. Llenaríamos libros hablando de los mártires
de la iglesia primitiva, de la edad media, de la inquisición, de la edad
moderna y del tiempo actual, sin embargo permítanme citar las últimas palabras
de la biografía de un sacerdote católico que cometió el delito de haber hablado
la verdad de Jesús: "...al final John Huss fue condenado y quemado vivo como hereje. Murió cantando el 06 de junio de 1415".
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