1 JUAN
2
9 El que
dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.
10 El que
ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.
11 Pero
el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe
a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
Cuando en el pueblo de Dios nos referimos a las
tinieblas, usualmente pensamos en demonios, brujería, satanismo y prácticas
ocultas muy lejanas a nosotros; lo que menos nos imaginamos es que las
tinieblas están cercanas, como aleteando a nuestro alrededor y peor aún, que
nosotros estamos en tinieblas. Quisiera
que reflexionemos un momento acerca de lo que dice la Biblia al respecto.
LA EVIDENCIA DE LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
El amor hacia los hermanos o la ausencia del
mismo, es lo que define y evidencia si somos de la luz o de las tinieblas.
Jesús dijo que el mundo conocerá que somos sus discípulos en el amor que nos
tuviéramos los unos a los otros (Juan 13:35).
Así que no nos conocerán por la doctrina, ni por las buenas obras sino
por el amor que nos tuviéramos entre nosotros.
Podría ser que alguien con una doctrina excelente y un alto nivel de
moralidad y generosidad, guarde algún rencor en su corazón y aborrezca a
alguien; según el apóstol Juan, esa persona está en tinieblas.
LA LCUHA ENTRE LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
Ahora bien, satanás tiene un reino de tinieblas
con el cual intenta prevalecer contra la luz (Lucas 11:18), pero la luz le ha
derrotado (Juan 1:5). Este reino tenebroso es al que pertenecíamos
nosotros antes de conocer a Jesús, pero fuimos rescatados por nuestro Dios e
introducidos en el reino de su amado hijo (Colosenses 1:13). Ahora ya no somos más de las tinieblas sino
de la luz, sin embargo, las tinieblas no se han resignado ni se resignarán a
perdernos.
El enemigo luchará para lograr otra vez
someternos a su autoridad ante lo cual nosotros debemos presentar como frente
de batalla nuestra persistencia en permanecer en la luz, es decir, permanecer
amando a los hermanos, sin dejar que la amargura, el odio y el rencor aniden en
nuestros corazones. Quien ama al hermano
está en luz en el reino de Dios. Quien
aborrece a su hermano está en tinieblas bajo la potestad de satanás.
LA ESTRATEGIA DEL ENEMIGO
Pero como el enemigo sabe que no puede derrotar
a la luz, entonces su estrategia es sacarnos
de la luz e introducirnos en las tinieblas para así poder dañarnos. Mientras estamos en la luz, él no puede
tocarnos (1 Juan 5:18), pero si logra alejarnos de la luz y entenebrecernos,
entonces estaremos nuevamente bajo su potestad y podrá hacernos daño.
Es por esta razón que todos los esfuerzos de
las satanás van enrumbados a entenebrecernos a través de algún enojo o
incomodidad hacia algún hermano. El
enemigo con sus vastos recursos espirituales (pensamientos, imaginaciones, y
razonamientos que los lanza como dardos de fuego a nuestra mente), maximiza las
ofensas, las hace parecer sumamente hirientes e imperdonables, de manera que
nos amarguemos hasta el punto de aborrecer a nuestros hermanos y no querer
perdonarlos. Cuando el enemigo logra esto,
cuando nos hemos amargado contra alguien, ha triunfado, nos ha introducido en
su reino y puede atormentarnos nuevamente.
La palabra dice que si aborrecemos a nuestros hermanos estamos en
tinieblas.
LOS SÍNTOMAS DE LAS TINIEBLAS
Vale aclarar que la palabra “aborrecer” no solo
significa “odiar” sino también “perseguir”, es decir, hacer algo malo en contra
de alguien. ¿Cuántas veces hicimos o
quisimos hacer un daño a alguien? Cada
vez que lo hicimos o quisimos hacerlo, estábamos en tinieblas y bajo la
potestad de satanás. Con razón tanta
desazón, tanta intranquilidad, amargura, tristeza y desolación, pues esos son
los síntomas de las tinieblas. Pero sobre todo, cuánta incertidumbre e
inseguridad para hacer cualquier cosa; ese es el sello de las tinieblas.
Talvez todos los problemas que ha
experimentado, las adversidades y el malestar no tienen nada que ver con las
personas, las necesidades o las enfermedades sino con usted mismo y con el odio
y rencor que tiene en su corazón, los cuales le han llevado a ser un morador
más de las tinieblas, un esclavo de satanás. Usted que tiene problemas con las
personas a cada paso que da, usted que vive siempre en incomprensiones,
diferendos o sintiéndose perseguido por los demás, se ha preguntado
innumerables veces, ¿Por qué? La
respuesta es: por falta de luz.
EL PROBLEMA Y SU SOLUCIÓN
Si en este momento (es la madrugada) se cortara
la electricidad y yo intentara levantarme de mi escritorio, seguro que
tropezaría con algún mueble. ¿Debería
culparle al mueble por interponerse en mi camino? ¡No! Por supuesto que no. El problema no es el mueble que se me ha
atravesado sino la falta de luz. Si el
enemigo logra introducirnos en las tinieblas usando un enojo o rencor, nos ha
quitado la luz y tropezamos con todos y con todo. El problema es la falta de luz; el que
aborrece a su hermano está en tinieblas.
¿No cree que ya es tiempo de volverse al Señor
en oración para que Él le vuelve a llenar con su presencia? ¿No cree que ya es tiempo de que desarraigue
de su corazón ese rencor, decidiendo hoy mismo perdonar a sus ofensores,
bendecirlos en oración y cuando el Señor se lo permita, reconciliarse con ellos?
Por favor, ya no tropiece más, por
favor salga de las tinieblas, usted es un morador de la luz. Recuerde que la
Biblia dice: El que ama a su hermano
permanece en la luz y en él no hay tropiezo.
EL MITO DEL “NO PUEDO”
Pero las personas suelen objetar: “No puedo
perdonar, lo he intentado pero no puedo”.
Mientras más conozco a Dios y más mal me hacen las personas, mientras
tengo más edad y han aumentado los problemas que he tenido con los adversarios
de turno, me he dado cuenta de que esa expresión: “no puedo perdonar” es un
mito.
Si usted es un joven que no ha llegado a los
veinte, talvez no haya tenido muchas experiencias negativas con las personas y
no le hayan hecho mucho daño. Si usted
tiene cuarenta, probablemente ya se ha dado cuenta que en esta vida vamos a ser
heridos por ciertas personas, en especial por las que más amamos. Si usted ya llegó a los sesenta o más, ya
sabe que las personas fallan, las buenas y las malas lo hacen y siempre nos
hieren, nos ofenden o nos hacen sentir mal, así que, a esta altura de la vida
uno debe decidir: vivir enojado y amargado con todos o perdonar.
Muchas veces el “no puedo perdonar” es
simplemente una forma de decir “no quiero perdonar”, porque Dios nos hizo
criaturas volitivas que podemos decidir lo que hacemos, a dónde vamos o qué
decimos, también decidimos lo que sentimos.
Si quiere dejar de odiar, perdone.
Es tan simple como levantar la mano.
Por favor levante la mano un momento. ¿Fue difícil? ¿Pudo hacerlo? Claro
que sí. Usted levantó la mano porque decidió levantarla y sus músculos le
obedecieron, su mano y sus tendones
también. Si usted decide otorgar el
perdón a alguien y sacar de su corazón el enojo o la amargura, lo logrará. Solo
debe decidirlo y hacerlo con su voluntad.
Luego debe insistir en ese perdón otorgado, porque el enemigo tratará
siempre de recordarle la ofensa, de envenenarle el alma, de restregarle en su
cara lo que le han hecho, pero usted solo debe permanecer en su decisión. Usted ya perdonó, eso es todo.
DE LA “DEFENSIVA” A LA “OFENSIVA”
He aconsejado a hermanos que se sienten
acorralados por los pensamientos recurrentes acerca de las ofensas o heridas recibidas. Ellos han perdonado, pero inmediatamente
después de hacerlo, un aluvión de recuerdos, ideas y razonamientos les invaden
y llegan a creer que no han logrado perdonar.
Ellos dicen: “ya perdoné, pero vuelve el dolor y a la final, parece que no
he perdonado”. Esta es la historia de mi
vida y probablemente también de la suya.
¿Cómo puedo lograr que mi decisión sea además un sentimiento real? ¿Cómo hago para que el perdón que he otorgado
alivie el dolor que recibí?
Creo que la clave es salir de la “defensiva” y
volcarme a la “ofensiva”. Cuando usted
ha decidido perdonar, no debería hacerlo como algo muy solemne o místico, no es
un ritual ni necesita que estén presentes muchas personas, ni siquiera el
ofensor. Usted puede perdonar en su
corazón y declararlo con sus labios en presencia de Dios; eso es todo. Pero lo importante es que luego de haberlo
hecho, debe lanzarse a la ofensiva y de allí en adelante, cada vez que
venga a su mente el recuerdo de la
persona que le ofendió o de la ofensa recibida, usted debe bendecir a esta
persona, debe orar por su prosperidad, levantamiento y porque pueda conocer a
Dios.
Siempre que usted bendice al que le maldice,
está obrando conforme al Espíritu de Dios y el mismo Señor le respalda con su
poder. Al poco tiempo de hacer eso y en
algunos casos, casi inmediatamente, usted empezará a sentir el alivio su dolor,
su corazón se alineará con su decisión y el perdón otorgado será un perdón
sentido y manifestado también. Entonces
a usted no le dolerá el recuerdo ni le lastimará la herida recibida. Usted recordará lo sucedido (Dios no le ha
ofrecido amnesia), pero no le dolerá y podrá vivir con ello. Usted se
encontrará con el ofensor y no le rechazará por lo que hizo, no le aborrecerá y
aún le dará la oportunidad de volver a
acercarse a usted.
PERDONAR PARA SER PERDONADOS
Como Jesús nos enseñó en la oración modelo del
“Padre Nuestro”, debemos perdonar para ser perdonados. Si perdonamos a nuestros ofensores, Dios
perdonará nuestras ofensas. Pero el beneficio adicional de perdonar es que ya
no aborreceremos a nuestros hermanos, la luz llenará nuestras vidas y las
tinieblas huirán de nosotros.
Quienes perdonan dejan de aborrecer y empiezan
a amar a sus hermanos. Los que aman a
sus hermanos viven en la luz y no tienen tropiezo. Vivir en la luz es vivir en Dios porque Dios
es luz (1Juan 1:5).